La historia de Colo Colo, el club más laureado del fútbol chileno, no estaría completa sin hablar de su largo camino hacia tener un estadio propio. Este proceso, que tomó décadas en concretarse, refleja la ambición y perseverancia que ha caracterizado a la institución alba a lo largo de sus 100 años de existencia.
Los primeros pasos y sueños ambiciosos
La idea de contar con un estadio propio comenzó a tomar fuerza en la década de los 40. En 1945, después de una campaña deportiva decepcionante donde el equipo terminó penúltimo, el entonces presidente del club, Robinson Álvarez, anunció que los ahorros generados serían suficientes para construir “un estadio de lujo”, que incluiría no solo cancha de fútbol y atletismo, sino también plaza de juegos, parque de recreación, e incluso una sede con amplios salones y bibliotecas.
Este ambicioso proyecto revelaba el deseo de los dirigentes albos de crear lo que hoy llamaríamos una ciudad deportiva integral. Sin embargo, como suele ocurrir con los grandes sueños, la realidad resultó ser diferente a lo planificado inicialmente.
El Fortín Mapocho: un primer intento
En 1946, Colo Colo dio un paso concreto hacia su anhelado hogar al adquirir los terrenos donde se ubicaba el estadio apodado “Fortín Mapocho”, que curiosamente pertenecía a Carabineros de Chile. Este recinto, sin embargo, distaba mucho de las grandiosas aspiraciones anunciadas previamente.
Ubicado en la avenida Balmaceda, detrás de la estación Mapocho, el estadio era una construcción modesta, principalmente de madera. Un factor crucial que limitó el desarrollo de planes más ambiciosos fue su localización: al estar situado a un costado del río Mapocho, el suelo no era apto para la construcción de un gran estadio como el que soñaba la institución.
Esta realidad llevó a que, en 1955, se tomara la decisión de vender estos terrenos, buscando un lugar más adecuado para materializar el proyecto de un estadio digno de la grandeza del club.
